12/7/11

Recuerdos del pasado (I).

Son demasiados los recuerdos que esa playa me ha regalado en mi infancia y parte de mi adolescencia. Tantos que no sé si la memoria que se instala en mi interior, es capáz de dejarme sacarlas. O al menos, sacar algunas de ellas.


La playa de Matalascañas, siempre ha sido un lugar muy importante en mi casa. Mi padre siempre se ha encargado de inculcarnos el gusto por ella. Y de ahí, he vivido todos mis años, pensando en ella.


Uno de los recuerdos que tengo más marcados, ha sido siendo yo adolescente. Alguien propuso a mi padre, coger el bar, de un picadero de caballos, perteneciente al pueblo de Matalascañas. Y como yo siempre he estado muy unida a mi padre, allí dónde el iba, estaba yo.
El dueño del bar, nos subió en su furgoneta a los dos y nos llevó a conocer el bar. El picadero, precioso, ¡los caballos increibles! (de ahí salió el famoso caballo negro del anuncio "Ponche Caballero" con la rubia encima de el...). El bar fabuloso!. Pero el interior, en el que nosotros tendríamos que vivir los tres meses de verano..., eso no se me irá nunca del pensamiento. Las camas parecían de esas que usan los militares de las peliculas antigüas, colchones de espuma de escasos 10 cmts y una sábana raída. Papá decidió que sí que nos quedabamos, y allí pasamos los tres meses de verano. Durmiendo en el suelo, madrugando, pasando a veces muchísima calor y dormidos los cuatro en la puerta de la calle del bar. Duchándonos con una manguera que dejaba caer a veces agua muy escasa. Cosas que se tienen que vivir, para saber qué es.  
Disfrutando del cielo y sus estrellas fugaces por las noches. Como me gustaba contarlas una a una y a todas pedirles un deseo. Tb monté a caballo, pero acabé dándome cuenta de que no es lo mío..., jaja. Tb viajé por primera vez en un ¿"bugui"? (no recuerdo el nombre de esos coches 4x4 pequeños y sin techo), de los dueños del picadero, dos chicos muy jovencitos. Sentir el aire en la cara, esa libertad... Y tb ví lo que era vivir en una cuadra de caballos, hecho habitación (la de estos chicos).


Aparte de todo esto. Cada día que podíamos escaparnos, nos íbamos a la playa. A veces cerca de la piedra "La Higuerita". Como he disfrutado cuándo mi padre decía que se iba a subir a ella y se tiraría al agua. Ouh, que de veces me hacía llorar pidiendole que no lo hiciera, y total, al final nunca lo hacía...


Otras, bajabamos una escalinata increiblemente alta (al menos en aquellos tiempos, me parecía altísima). Cuándo llegabamos abajo estabamos agotados!. Entre la sombrilla, los bocatas, las zapatillas... madre mía!. Mamá siempre decía que ella por ahí no subía, jaja.


Pero siempre, siempre, acababamos aparcando cerca del Gran Hotel el Coto, para irnos caminando por la arena, cargados con la nevera, cañas de pescar, tienda o parasol de esos de hoy en día y mucho mucho cansancio. Acababamos todos agotados!. Cargados y caminando sobre la arena que está super caliente, ¡se hace eterno!.
"Los palos" siempre estaban tan lejanos, madre mía!.Son muchísimas las veces que hemos acabado a mitad de camino, mi hermana y yo, mientras que mi padre el pobre, iba hasta dónde teníamos que estar, debajaba las cosas y volvía a ayudarnos. Siempre llegaba exhausta. Pero la calidad del espacio, la tranquilidad y esas aguas, merecían la pena. No existe mejor espacio en Matalascañas que "Los Palos" y sus dunas.
Una anécdota que se me viene a la mente de "Los Palos", es que a papá siempre le apasionaba el hecho de buscar coquinas a la orilla del mar. En el punto exacto en el que la ola acaba muriendo, para volver a crecer. Él estaba hundiendo los pies y me pidió con mucha euforia que le cogiera una que se le había ido ya tres veces. No estabamos solos claro, estabamos siempre rodeados de más personas haciendo lo mismo que el. En ese preciso instante en el que él me dijo que la cogiera, al mirar abajo, con las venidas de las olas, se me fué el cuerpo y caí de rodillas encima de sus pies. Oh, como recuerdo la cara que puso y me dijo muy serio...:
-Niña, que sólo es una coquina hija, no son mil duros.- Jajajaja, lo que llegué a llorar de risa yo, y los que estaban cerca.


Qué momentos!!!.


Otro recuerdo me llega siendo ya mayor, tendría unos 18 - 19 años...


Como hacía ya muchos años, siempre nos íbamos a pescar mi padre, un vecino (para mí "el niño", a pesar de sus 60 añetes...) y yo. Siempre me levantaba mi padre muy muy temprano y salía de casa con los ojos medio cerrados, para terminar dormida en el coche, mientras que ellos iban contando sus cosas y preparando las manos 'pa' cogé su tostá de manteca colorá'. Como disfrutabamos de esos desayunos llenos de grasa..., jaja. Y "el niño" siempre acababa remojando su tostá, con un tintito, su lema siempre es:
-Si no hay medicina, el cuerpo no funciona-. 


Todo esto podría ser perfectamente a las 6 de la mañana, contando que Los Palos, están de casa a una hora y media aprox. Llegabamos, desayunabamos y nos íbamos a una tiendecita de pesca, a comprar "los habíos", pues la pesca de ese día tenía que ser de los mejores. Siempre íbamos con la mayor ilusión, cargados los tres de cañas, de habíos, de anzuelos y "el niño" con su botellita escondida en la red, dónde irían los pescaos que cogeríamos.
Pues bien, todo era llegar a los palos y yo imitaba a mi padre, metiendose en el mar, hasta que le cubría más de la cintura, con la caña en las manos. Dejándo el plomo a mi espalda y lanzandolo con todas mis fuerzas al horizonte. (Son tb muchas las veces, en que se quedaba a mis pies, yo le daba mucha fuerza, pero no la intención, jaja.) Dejábamos las cañas puestas en la orilla y nos bañabamos, o ellos dos compartían anécdotas con más pescadores que estaban a nuestro lado. A veces, tb tenían que desenredar los hilos, porque las olas, unian unos plomos con otros..., una locura!.
Pues bien, después de esta parrafada, la anécdota en sí.
El niño, acabó como es normal metiendo la botella de su tintito, en la red. Atándola con una cuerda y metiendola en el mar (ellos siempre tenían la teoría de que si el agua estaba fría, enfriaria la botella). Pues conforme van pasando las horas, él va sacando su botellita y buche que caia. Llegaba el mediodía, y mi padre y yo, comíamos los filetitos empanaos que mamá nos había preparado o la tortillita de papas, menos él. El niño sólo bebía y de comer nada de nada.
Las olas cada vez que pasaban las horas estaba más fuertes, el mar estaba picandose y llegaban con bastante fuerza. El niño, apenas decía dos palabras que tuvieran sentido, nosotros como ya le conocemos, no dejamos que se encargue de las cañas, ni de coger los anzuelos. Pero claro, tampoco podemos dominar sus actos. Pero sus actos llegaron al final, cuándo al meterse en el mar a coger lo que le quedaba de tintito las olas lo arrollaron y no le dejaban ponerse de pie. Mi padre preocupado, le daba miedo no mantenerse él tampoco en pie, me gritaba que fuera a ayudarlo, ¡que se iba para dentro!. Y mientras tanto el niño, rodando por las olas, con su botella entre las manos y muerto de la risa...
Después de luchar con el mar, con sus risas y su botella más de diez minutos. Acabé sacándolo a rastras, a la orilla del mar, a vista de mi padre y más hombres que estaban allí. Acabamos preocupados por él, su estado no era el mejor de todos. Pero lo que sí que fué bueno, fué cuándo al salir dijo:


-Niña!, gracias por salvarme hija. Pero es que mi tinto no se lo podían llevar unas olas, coño!-. Seguidamente se bebe menos de un dedito que quedaba en el interior de la botella, me sonríe y se deja caer sobre la arena. Jajajaja, cosas del niño...


La vuelta a casa, de madrugada, sólo quedaba despierto papá.


Dejábamos Los Palos a nuestras espaldas, hasta esa próxima vez, que con los años, se ha ido quedando más lejana.


Miss.

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