25/7/11

Recuerdos del pasado (III)

Ahora, después de más de 15 años. Aquí sentada en el sofá, con las piernas cubiertas con una mantita verde. Me paro a pensar en todos esos años que han quedado detrás. A los que son muchas las veces que me vuelvo a mirar, con una sonrisa de añoranza en los labios. Quizás me dejé algo sin hacer y no lo recuerdo. Quizás pasé muy cerca de aquello que debí sujetar fuerte y lo dejé escaparse. Quién sabe.

Ahora cierro los ojos, miro y rebusco entre las paredes de mi interior. Llega la imagen de una niña de pelo castaño lleno de tirabuzones y con unos chandals que por aquél entonces serían los mejores. Pero que ahora los veo realmente anticuados. (jaja, me rio de pensarlo)

Está sentada en un pupitre del colegio, de tablas, patas y sillas color verdoso. Casi al final de los asientos de la clase. Escondida si podía detrás de la compañera que se sentaba delante. Tímida, asustadiza, acobardada por no saber qué hacer, por no dar la talla. Deseosa de no tener que ponerse frente a los demás, de salir a la pizarra, o ser motivo de un castigo del profesor.

Sus libros muy bien ordenados en una mochila rosa, con detalles en verde y amarillo. Colgaba de la cremallera un llavero con un peluche, que ya ni recuerda. El tiempo en su memoria, no pasa en vano. Y la pérdida de mucho de su aprendizaje escolar, tambien brilla por su ausencia. Como las clases de Sociales... Con lo que disfruta ahora de una buena historia y de visitas que nos llevan al pasado. Uf, si el profe supiera que se olvidó de muchas cosas que le enseñó..., apuesto que le daría un par de azotes y fuertes.

Son muchas las veces en que junto a su hermana pequeña se quedaban en el comedor del colegio. Menudos momentos aquellos, comiendo todos los niños juntos. Ahora que lo recuerda, la sopa estaba malísima! Y las ensaladas agüadas!, puaj. ¡Qué de cosas!.

Recuerdos tiene muchos y otros que se van uniendo conforme llegan a su mente, haciendo de ello un recuerdo gigante.

Recuerda a uno de sus profesores, pelo castaño, altura media, ojos pequeños y gafas. Tiene unas manos muy finas (ella se fija desde que tiene uso de razón, en las manos), delicadas, suaves, muuuy suaves. Y tiene una sonrisa pícara. Amable, un hombre muy bueno y amante de su trabajo. Le gustaba tantísimo cuándo se llevaba a la clase a pintar, mascaras de escayola, nazarenos, ranas sobre hojas... Es increible lo que llegaba ella a disfrutar de esos momentos en el que rociaba las figuras con betún de judea y seguidamente con talco, para secarlo con rápidez. Siempre quiso hacerlo ella, como los demás compañeros, pero él nunca la dejó. Al igual que los detalles como ojos..., cejas, labios. Eran tan precisos y exigían tanto pulso, que a ella se lo cogía de las manos, para hacerlo él. Siempre estaban perfectos, eso sí. Pero ella quería probar!.

[Si ahora ese profesor viera los duendes de marmolina que ella tiene en casa, pintados por ella... Si viera los regalos que ha echo pintados por ella misma. Quizás vería el reflejo de sus enseñanzas.]

Hablemos de más profes.

Llega a mi mente un Señor alto, altísimo en aquellos tiempos, que era tan pequeñina. Pues casi era tan alto como la Torre Eifiel, ¡seguro!. Tambien se escondía detrás de unas gafas y a veces cogía unos cabreos..., oh díos mío. Cuántas son las veces que ella le recuerda enfadadísimo con los niños de la clase. Los mismos que años atrás ya venían dando la tabarra a todos. Con el aprendíamos Lenguaje, ortografía. Uy lo que le costó entender que no podía poner “comas” en todos los dictados que él leía. Pues en lugar de poner puntos, usaba “comas”, jaja. Pero cómo disfrutaba cuándo les llevaba a la biblioteca a coger el libro del Barco de Vapor, que quisieramos. Vaya plan!, él siempre nos dejaba coger uno, pero no cualquiera!. Sólo del barco de Vapor, qué aburrimiento.
Aún así, siempre que se lo podían llevar a casa, tenían que devolverlos haciendo una redacción del libro que hubiesen leído. Ahí es cuándo se deleitaba ella. Con las redacciones que tenía que hacer. Extensísimas siempre, con una imaginación impresionante. Él siempre le decía las mismas palabras:
“Tienes que escribir sobre el libro, no lo que tu imaginas”.
De parte de ella siempre una bonita sonrisa y a su mesa.

[Uy, si ahora él viera las cosas que escribe y como se expresa... A veces piensa que le gustaría hacer una impresión de muchas de las cosas que tiene y que las lea. Pero no, demasiado vergüenza tiene aún.]

Otro de sus profesores, fué más que eso. Aunque en su educación no todo fué perfecto. En su enseñanza hizo que llorara muchísimo cuándo no lograba aprender los números romanos, en un curso. Díos mío, la veo en su pupitre bañada en lágrimas. Sus ojos hinchados y sus manos temblorosas. Una compañera que años más tarde se iría del colegio (Georgia, jamás olvidaré ese nombre), le agarraba las manos. Y los números romanos, por más que el profe le gritaba, no entraban en su cabeza. Él decía que ella podía, pero no, ella se cerraba en banda y era imposible con ese aturdimiento.

Aún así. Él ha estado en esos momentos en los que ella fingía enfermar, vomitar, temblar, con tal de no ir al colegio. Él fué quién la cogió de las manos y se la llevó junto a la secretaria del cole, aquella que tantos cigarrillos fumaba y siempre estaba inmersa en papeles.
Él fué quién le decía a sus padres que la apuntaran a clases de verano, y por su culpa, se pasaba horas en mesas ajenas, con chicos mayores que le daban clases. Inclusíve, asistió a unas clases en una guardería de bebés. Y todo porque el profe lo decía... ¡Joder!.

[Guarda unos recuerdos tan gratos y tan buenos de él. Que es imposible recordar sólo lo malo. Sólo que ahora le ha venido a la mente esos recuerdos.]

Ahora si cierra los ojos, ve llegar a un hombre de andares peculiares, sonrisa tímida y tubos bajo sus brazos. Cierra la puerta de clase, saludando a alguien que se queda en el exterior y se vuelve a la clase. “¡Buenos días!, qué, ¿como estamos hoy?” (jaja). Llega a la mesa, suelta los tubos, que no siempre se quedan encima de la mesa. O simplemente el que él quiere, se ha quedado en secretaria y tiene que volver a por el. Momento para que los pesaditos de clase, la líen.

Guarda una mirada tierna y siempre le llamó la atención esas paletitas que tiene separadillas (ui si leyera esto...), son como las de los niños pequeños, que no sabe por cuál razón, siempre le provocan una ternura inmensa. Siempre que le miraba a la cara, no le producia el mismo temor, que los otros profesores. Con él ella estaba relajada, él siempre la trata con cuidado y mucho cariño. En ningún momento ella siente que él se fije en ella más de lo debido, por lo tanto, no la haría salir a la pizarra o le preguntaría cosas, que ella no acertaría con los nervios a contestar.
Pero siempre llegaba el momento en que tenía que llevar el cuaderno a su mesa, pararse a su lado y ver como observa una página tras otra. Silencio, no dice nada, quizás es que esté bien. Hasta que llega un borroncillo de Tipex y el profe decía algo así como...:

“No quiero Tipex, ni borrones, lo quiero todo muy limpito y con buena letra. Ah y los mapas con colores, que así sabemos si hay tierra, mar o ríos.” .-Si profe...-.
Antes de darle el cuaderno, veo como la mira y le sonríe. Le guiña un ojo y le devuelve el cuaderno. De vuelta a la mesa, ve que le ha puesto un bien y sonríe.

[A día de hoy, es el único profe con el que no guarda relación alguna. Pues el profe de las manos tiznadas de blanco y colores, con sonrisa tímida. Se quedó tras aquellas puertas de cristal.]

A lo largo de todos esos años de colegio, he tenido un profesorado inmejorable. Unos han llegado más a mis recuerdos e  interior que otros, claro, no todos pueden ser los mejores. Pero muy cierto es, que desde que salí del colegio, guardo un grato recuerdo y muy intenso de ellos. Inclusive hasta de ése con el que jamás aprobé un examen. El mismo con el que nunca compartí una sonrisa tímida, pero sí alguna mirada, que nunca fué devuelta con el mismo sentimiento.
Son tantas las veces, que daría una parte de mis años, por volver a aquéllos años. Con los mismos profesores y los mismos compañeros. Que diferente sería entonces. Uuuh.

Son tantos los recuerdos guardados, que nunca acabaría de escribirlos.

Mysteries.

0 Tús palabras...:

 

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