17/7/11

Copas de una noche.

La noche fué como había esperado y deseado. Nada habia salido mal, excepto su mayor deseo. Que todo el mundo a las 00h en punto, desapareciera.


La noche cae sobre las aceras frías, el silencio deja que ella misma oíga su respiración agitada, mientras camina junto a su soledad. Mientras sube las escaleras, un escalón trás otro, despacio. Contoneando sus caderas.


La música entra por sus oídos como una suave caricia, que retuerce el interior de su cuerpo, mientras entra por las puertas de la discoteca.  Una copa llena de alcohol, humedece sus largos dedos. La ropa pegada a su abdomen, sus vaqueros adheridos a sus piernas, cubriendo cada centimentro de su blanca piel. Y unos zapatos rojos en sus delicados pies.


La sugerencia de sus labios rojos, no quedan inadvertidos a todo aquél que se cruza con su oscura mirada. Pues ella sabe muy bien como potenciar cada unos de sus gestos, y mirar de reojos con una leve sonrisa, a lo MonaLisa, siempre lo pone en práctica.


Sentada en un sofá de piel blanca, se hunde en la oscuridad del lugar, tomando pequeños sorbos de su copa de Malibú con zumo de piña. Removiendo el hielo que tiene en el interior, con una cañita negra. Se siente observada a través del gentío que la rodea y no tarda en ser advertida por la mirada de un hombre que se esconde detrás de la barra.


Aparecen por la puerta, en compañía de gente que ella no conoce, unas amigas acaban acercándose a ella, regalandose besos y abrazos. Conociendo gente que no conoce de nada, se sumerge en una conversación. Hasta que acaba harta, levantandose y saliendo a la pista a bailar, sola.


La mirada que tanto la observa, se esconde detrás de un hombre ajeno a su circulo de amistades. Nunca han coincidido en ningún lugar, pero ella no siente temor alguno ante aquellos ojos, que la desnudan sólo con la mirada. Bailando entre la gente, unas amigas se aproximan a ella y éstas bailan como posesas junto a ella, en forma demasiado sugerente. De forma que terminan provocando que todos les miren. Ella. Ella sigue a su ritmo. Contoneandose, rozando sus labios con la cañita negra, observando en la distancia esos ojos que no la pierden de vista.


Nada pasa entre aquél que observa y esa que se deja desnudar.


De vuelta al sofá de piel blanca, bajo un foco de color blanco, ella se siente la estrella del lugar. Saca de su pequeño bolso un espejo y su barra labial, tono Rouge, para maquillar con lentitud y suavidad sus labios. Recreándose en cada curva de sus comisuras.
Él sigue observandola.


Se rodea una vez más de sus amigas, que después del baile acaban muy excitadas y necesitan fundir el calor con el que han terminado. Entonces comienza el juego, cuándo una de ella saca un hielo de su copa, para pasearlo por sus labios, mientras que ella mira con atención como estos se vuelven rojizos y se hinchan.
Otra juega con el hielo, a pasarselo al chico que tiene a su lado. Sin duda es la más atrevida y no pierde el tiempo.


Él se deja caer sobre la barra, con un cigarrillo encendido, que se consume.


Ella, acaba hundiendo sus dedos en la copa que está llena. Para comenzar a pasear sus dedos helados por la cuenca de su cuello. Bajando desde el lóbulo de su oreja, hasta llegar al tobogan de su pecho. En cada pasada, comienza a derretirse y las gotas  acaban perdidas en su escote, al comienzo de su abdomen. A la altura de la nuca, una de sus amigas pasea otro de los cubitos de hielo, que aún flotaban en las copas. Mientras que ella tuerce su cuerpo, suspirando, dejándose llevar por la frialdad que está recorriendo sin cesar su piel.
Observando con picardía a ése hombre que acaba de quemarse con el cigarrillo entre sus dedos.


Todo acaba de comenzar y sus intenciones no son las de terminar aquí y ahora.


Por lo que sus amigas ajenas a ella, siguen sentadas muy cerca las unas de las otras.


Ella, sigue fundiendo entre sus dedos el hielo que hace que se tense su piel y se sonroje. Sin apartar la mirada de aquél hombre, que se pierde entre la gente. Del mismo, al que sólo conoce de esa noche. Y que quizás, una de esas noches, él acabe paseandole por la cuenca de su cuello, sus dedos humedecidos y helados.







Mysteries.

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